Por Geraldine Escobar — mamá de familia en APDE Las Charcas
Imaginemos por un momento que cada hijo es como un árbol. Un árbol con tierra, ramas, hojas y flores. Hay árboles que florecen en primavera, otros en verano, otros hasta en otoño. Lo mismo pasa con nuestros hijos. A veces como padres de familia queremos que florezcan ya: que se les vea el esfuerzo, que se note lo que están logrando. Queremos ver flores. Pero, ¿qué pasa cuando no florecen? ¿Cuando, aunque lo estén intentando, no se ven resultados? ¿Cuando se esfuerzan, pero simplemente no se siente suficiente?
Pasa que no están floreciendo. Están echando raíces. Están formando lo más importante: lo que no se ve. Y está bien.
Como padres de familia es fácil desesperarse cuando parece que nada está creciendo. Pero nuestros hijos no están fallando, no están atrás, no están “quedados”. Están echando raíces. Están buscando pertenecer, sentirse aceptados, valorados. Están buscando ser ellos mismos en tierra fértil.
Algunos florecen rápido, otros no. Y está bien. Porque mientras tanto, están creando base para que cuando florezcan, lo hagan con fuerza, con seguridad, con alegría. Lo harán cuando estén listos. No antes, no después. En el momento perfecto para ellos. No para nosotros.
Acompañar como familia también es eso: aprender a observar y a confiar. A veces sin entender, sin ver, sin que sea visible. Pero acompañar al fin. Hablarles con ternura cuando se sientan marchitos. Regarlos con cariño. Y esperar.
“Cada hijo florece a su tiempo. Como padres de familia, confiamos en el poder de sus raíces.”


